Aquí escribo,
al filo de la noche,
en este cuaderno de cristal
y humo,
para ahuyentar las sombras.


Con la ventana abierta,
por si viene el pájaro
del sueño.

AMB







jueves, 4 de diciembre de 2008

La fuerza de la costumbre



LA FUERZA DE LA COSTUMBRE


La llamada fuerza de la costumbre es una fuerza real, y muy poderosa, por cierto. Hasta el punto que aquello que dejamos de hacer durante bastante tiempo llega a convertirse en una hazaña casi imposible, aunque fuese en el pasado algo normal y cotidiano. Lo que no se suele hacer es muy difícil hacerlo. Al igual que lo que hacemos siempre, o frecuentemente, resulta muy arduo dejarlo de lado.
Esto de las costumbres es algo que se asienta en nosotros de una forma imperceptible, y toma posesión de nuestro modo de actuar. Un día cualquiera nos damos cuenta de que aquello que empezó de una manera casual y a lo que no dimos importancia, hoy ha entrado a formar parte de nuestros hábitos más comunes e incluso está entretejido, enredado con nuestra propia forma de ser, con nuestro carácter.

Hace años, cuando oía que el tabaco provocaba adicción, me sonreía confiando plenamente en mi fuerza de voluntad y miraba al cigarrillo como una cosa insignificante e inocua que, por supuesto, nunca iba a tener poder sobre mí. Hoy en día, sin embargo, esa cosita inocua forma parte indefectible de mi cotidianidad, y me costaría un gran esfuerzo abandonarla. Y esto no lo achaco a la nicotina o cualquier otra sustancia adictiva del tabaco. La responsable de esto no es otra que la maldita fuerza de la costumbre.
Menciono lo del tabaco como un ejemplo de sobra conocido, pero podría hablar de muchos otros no tan populares. Hay una cosa por ahí que he observado en varias ocasiones y que se suele identificar como una manía; me refiero a la costumbre del orden. Personas que no se sienten a gusto si las cosas que les rodean no están colocadas de una determinada manera, de una forma concreta a la que están acostumbradas y que ellas definen como orden. Si falla este orden subjetivo se ponen nerviosas y sufren.

Por supuesto que esto entra ya en el terreno de las neurosis, e imagino que se da más entre gente que suele vivir sola y tiene algún tipo de problema psicológico; aunque es más frecuente de lo que parece. Pero lo curioso del caso es que ordenando los objetos a su manera lo que hacen es conjugar una imagen del mundo en la que poder sentirse seguros, y la fuerza que emplean para ello no es otra que la de la costumbre. No hay ningún razonamiento lógico detrás de que una cosa deba estar en un sitio y no en otro —obviedades aparte—, excepto en la mente del protagonista del suceso, que necesita que aquello esté ahí porque se ha acostumbrado a que ese sea su lugar.
Muchas veces el lugar habrá sido elegido y otras muchas no. Puede que, simplemente, la cosa haya sido vista por el individuo en ese lugar y de esa manera durante un tiempo y se ha acostumbrado a verla así. Se puede decir que la fuerza de la costumbre la ha fijado en ese sitio, y ya es prácticamente inamovible.

Como decía al principio, es una fuerza real y muy poderosa. Sólo necesita de nuestro consentimiento, por lo general inconsciente, para hacerse con el control de nuestras actos. Es como si dejáramos a alguien una noche las llaves de nuestra casa, porque salimos a celebrar alguna fiesta, y al volver nos encontráramos con la extraña situación de que se había convertido en el dueño de la misma.
¿Qué vendría después? Pues la lógica discusión y la lucha por recuperar nuestras llaves y la posesión de la casa. Pero en el caso de la costumbre es diferente: con su sutil capciosidad conseguirá fácilmente que ni nos demos cuenta de que las llaves no están en nuestro poder. Es decir, la costumbre se disfraza de nosotros mismos y nos hace creer que, a pesar de los cambios, seguimos siendo los dueños de la casa. Esa es su fuerza, ese es su dominio.

Ante esto sólo se me ocurre que cuando vayamos a hacer algo, sea lo que sea, nos preguntemos primero si realmente queremos hacerlo y por qué. Pienso que esa puede ser una buena barrera contra el poder de la costumbre, que a la larga siempre resulta nocivo. Pero ¿quién me asegura que no digo esto por costumbre...?


AHM.
(4 de diciembre, 2008)

4 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  2. De nuevo gracias, amiga Maite.
    Ya suponía que tus visitas no eran por costumbre, si no vaya absurdo y vaya aburrimiento.

    Por cierto, esta mañana ha llovido un poco, pero no hace frío.

    Es broma.

    Un saludo enorme para mi amiga virtual.

    Antonio

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  3. Me he reído con el final tan irónico y he disfrutado muchísimo de tus reflexiones analizando lo que llamamos costumbres en nuestro vivir.
    Nuestras costumbres que tanto nos limitan la mayoría de ellas, hay que repensar nuestros actos cada vez, como bien dices, liberarnos en cierta medida de lo que tenemos estipulado simplemente porque si sin más vueltas, habría que tomar conciencia.
    Me ha encantado el desarrollo que haces y me parece muy interesante el tema. Gacias.
    Abrazos

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  4. ¡Hola, Amparo!
    Es un placer verte por aquí. La eterna aprendiz se pasea por el bosque nocturno... Ojalá encuentre algún fruto de su gusto.

    ¿A qué sabe una manzana a la luz de la luna?

    Un saludo de Antonio
    (el lobo quiltro)

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