Aquí escribo,
al filo de la noche,
en este cuaderno de cristal
y humo,
para ahuyentar las sombras.


Con la ventana abierta,
por si viene el pájaro
del sueño.

AMB







domingo, 24 de febrero de 2008

Sueños




Mis sueños nocturnos vienen a ser algo así como la parte contraria de mi vida, gozosamente contraria. Y pienso que sin ellos, sin ese lado opuesto, vivir sería sencillamente imposible.
Es curioso observar como actuan de contrapeso. Mis últimos sueños me construyen interesantes encuentros con personajes que tienen mucho que decirme, mucho que mostrarme, y siempre dentro de ambientes y paisajes que no es que sean especialmente bellos, pero sí absolutamente atractivos. Incluso a veces se convierten en toda una aventura, llena de acción y peligro, y me veo envuelto en una trama fantástica, mejor que cualquier película que haya visto. De todo esto se descuelga uno por la mañana, claro. Pero aunque es inevitable sentir entonces el peso de la distancia, la rabiosa diferencia entre la noche y el día, entre una y otra realidad, creo sin embargo que el sueño ya ha hecho su trabajo y que algo se ha recargado por dentro.
No siempre actuan como compensadores de carencias, también lo hacen a veces como indicadores. Cuando vivimos una situación cotidiana que nos resulta insostenible, los sueños nos la recrean repetidamente en forma de pesadilla, exagerando los detalles, cargando las tintas en lo que más nos afecta, en lo que más nos duele. Convirtiéndola en una situación realmente angustiosa, de la que salimos, al despertar, nerviosos y asustados. Es una forma muy clara de decirnos que aquello funciona mal, y que o cambiamos los términos o hay que escapar de allí lo antes posible.
Mis sueños ahora no son de esa clase. No me avisan de ningún peligro, no me impelen a huir. Pero sí a saltar. Mis sueños ahora me dicen que está bien el sitio en que estoy, pero que necesito transformar mi vida. Me quejaba aquí el otro día del vacío y la inmovilidad... Pues bien, de eso me hablan mis sueños, y me lo cuentan de la mejor manera, mostrándome la parte contraria, seduciéndome desde el otro lado. Mis sueños de ahora no tienen desperdicio, están llenos de estímulos, de seres y cosas que despiertan el más vivo interés, de paisajes atractivos y sugerentes que invitan intensamente a vivir y en los que uno se perdería, si pudiera, para siempre jamás. Es decir, exactamente todo lo contrario de lo que es mi vida cotidiana, esta vida cansada y bastante vacía en la que se supone que estoy despierto...

Es una obviedad y se ha dicho ya muchas veces, pero lo voy a repetir aquí: nunca he estado tan despierto y tan vivo como cuando estoy soñando. En el sueño desaparece como por arte de magia esa barrera que separa las cosas, ese abismo entre el querer y el poder. En el sueño, simplemente, se vive. Mientras que aquí estamos tropezando continuamente y pensando en la luna como algo lejano e imposible, allí el camino está gozosamente libre y la luna está muy cerca, al alcance de la mano... Si alguna vez he sido feliz ha sido, sin duda, en ese raro momento en que la vida se parece al sueño.
Posiblemente, lo que ha marcado mi existencia, lo que la ha hecho tan poco satisfactoria, tan detenida y vacía ha sido esta afección mía por los sueños. Leí una vez en alguna parte que es peligroso soñar demasiado. Yo he soñado mucho, y además bien, y así me ha pasado: que luego la realidad me ha dejado fuera, por inútil (porque esta otra materia la he descuidado bastante). Pero no me arrepiento en absoluto. Pienso que lo realmente peligroso es no soñar, o soñar mal, y construir un mundo de líneas rectas y tonos grises, un mundo al que se puede llamar práctico y real pero que a mí sólo me parece absurdo y estúpido. Sólo un mal sueño.

Sí, he soñado mucho, y lo sigo haciendo. Si no fuera por eso soportaría muy poco este mundo de pesadilla, o no lo soportaría en absoluto. A otros les gustará, pero a mí no. Yo sólo vivo en los sueños, y para mí lo único importante es intentar transformar lo cotidiano para que se parezca lo más posible a un sueño. No, no sólo que se parezca, sino que sea un sueño. Puede que esté algo loco, pero no creo que esto sea un imposible. Después de todo, y a pesar de lo que digan, la vida sigue siendo un misterio. Los científicos grises y la gente normal dicen conocerla, pero yo digo que no, que se equivocan, que sólo conocen el reflejo de su propia ignorancia.
¿No serán los sueños avisos de lo posible, de lo que puede llegar a ser si somos lo bastante buenos para conseguirlo? ¿Quizá de lo que ya es, de hecho, pero somos incapaces de ver, incapaces de vivir? ¿Por qué si no nos sentimos tan extraordinariamente vivos cuando, estando despiertos, logramos rozar algún sueño?
Aventurándome más, diría que el mundo, esto que nos rodea y de lo que formamos parte, no es sino un inmenso campo de sueños. Es el hecho de estar mal dormidos, encerrados en la propia insensibilidad, detenidos en un tiempo particular, irreal y vacío, lo que nos hace verlo como otra cosa, como algo pesado y absurdo que no merece la pena vivirse.

Casi siempre acabo hablando en plural, cuando sólo debería hacerlo en singular. Es una vieja costumbre que no consigo quitarme de encima. Una manía de solitario. Yo qué sé lo que piensan los demás sobre esto. Cada uno lo verá a su manera. No sé, tendría que preguntarles, pero es que los veo, en general, tan satisfechos, tan a gusto, que no creo que ni siquiera piensen en estas cosas. Cuando la vida funciona, nadie se pregunta por los sueños, a no ser como algo anecdótico. La propia vida es el sueño. Sólo los que no estamos de acuerdo con esta vida nos hacemos preguntas, sólo los que hemos viajado lejos sentimos la imperiosa necesidad de saber dónde está aquello que vivimos por la noche, y cómo podemos trasladarlo a este mundo. Aquí me es lícito usar el plural, porque seguro que somos muchos. Mis amigos soñadores están por ahí, aunque yo no los conozca.

En fin, me estaría hablando de los sueños hasta el amanecer. Pero prefiero dejarlo aquí. Mañana u otro día seguiré con el tema. Ahora tengo que acostarme. Ya son más de las cinco y la cama me espera impaciente. Me voy a soñar.


(Nota: Estas líneas las escribí hace diez años; veo algunas faltas de coherencia en la exposición y en la expresión. Hoy lo escribiría de otra manera, pero no he querido tocar el texto para que conserve la frescura, torpe pero fresca, de aquel momento. Y además las líneas básicas son las mismas hoy en día, o sea que sigo pensando y sintiendo igual sobre este tema de los sueños.)

Antonio C. (1997- 2008)

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