Aquí escribo,
al filo de la noche,
en este cuaderno de cristal
y humo,
para ahuyentar las sombras.


Con la ventana abierta,
por si viene el pájaro
del sueño.

AMB







lunes, 3 de diciembre de 2007

Otra vez el tiempo...

Otra vez el tiempo. Me encuentro en esta noche tranquila, sólo ligeramente fría con un antiguo poema japonés de Reizei Tamehide:

En la breve estancia
de la luz
del relámpago
he contado el número
de gotas de lluvia en las hojas.

Este “tanka” me hace pensar en la fugacidad con que normalmente concebimos la vida. No quiero decir que la vida sea fugaz, sino que nosotros la concebimos así, la vemos de esa manera. Solemos sentirnos como viajeros de un tren que no tiene paradas. Sólo una salida inicial y un final de trayecto. Y el viaje, una rápida sucesión de estaciones y paisajes que apenas si logramos atisbar desde la ventanilla.
No se pueden contar las gotas de lluvia con la luz de un relámpago. El poeta también podía haber dicho que de un solo trago se bebió la luna que flotaba en el río, y también hubiéramos tachado esto como imposible. Pero quizá habría que poner en duda esta negación, y pensar si no tendrá que ver con esa imagen del tren, del viaje rápido y fugaz, de la vida como algo pasajero e inasible.
Hablaba aquí el otro día de que hay una forma distinta de mirar, un vuelo conceptual que cruza la barrera del espejo. Sería como bajarse del tren en marcha y dejarse inundar por la visión del mundo. Desde esa nueva posición seríamos capaces de contar las gotas de lluvia a la luz de un relámpago, podríamos bebernos la luna de un trago o cruzar el río caminando por un puente de niebla.
Si nos parece imposible y fantástico, es sólo porque aún estamos metidos en el tren. El viaje triste y fugaz. Tiremos de la palanca de emergencia, y saltemos fuera.

Antonio C.

1 comentario:

  1. Aún con las estaciones vacías, sin nadie que nos espere, hay momentos en que debemos saltar, no?
    Almas unilaterales...

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