Aquí escribo,
al filo de la noche,
en este cuaderno de cristal
y humo,
para ahuyentar las sombras.


Con la ventana abierta,
por si viene el pájaro
del sueño.

AMB







viernes, 16 de noviembre de 2007

Sintaxis



SINTAXIS


Un hombre mirando fijamente sus ecuaciones
dijo que el universo tuvo un comienzo.
Hubo una explosión, dijo.
Un estallido de estallidos, y el universo nació.
Y se expande, dijo.
Había incluso calculado la duración de su vida:
diez mil millones de revoluciones de la Tierra alrededor
del Sol.
El mundo entero aclamó;
hallaron que sus cálculos eran ciencia.
Ninguno pensó que al proponer que el universo
comenzó,
el hombre había meramente reflejado la sintaxis de su
lengua madre;
una sintaxis que exige comienzos, como el nacimiento,
y desarrollos, como la maduración,
y finales, como la muerte, en tanto declaraciones de
hechos.
El universo comenzó,
y está envejeciendo, el hombre nos aseguró,
y morirá, como mueren todas las cosas,
como él mismo murió luego de confirmar
matemáticamente
la sintaxis de su lengua madre.



LA OTRA SINTAXIS


¿El universo, realmente comenzó?
¿Es verdadera la teoría del Gran Estallido?
Éstas no son preguntas, aunque suenen como si lo
fueran.
¿Es la sintaxis que requiere comienzos, desarrollos
y finales en tanto declaraciones de hechos, la única
sintaxis que existe?
Ésa es la verdadera pregunta.
Hay otras sintaxis.
Hay una, por ejemplo, que exige que variedades
de intensidad sean tomadas como hechos.
En esa sintaxis, nada comienza y nada termina;
por lo tanto, el nacimiento no es un suceso claro y
definido,
sino un tipo específico de intensidad, y
y asimismo la maduración, y asimismo la muerte.
Un hombre de esa sintaxis, mirando sus ecuaciones,
halla
que ha calculado suficientes variedades de intensidad
para decir con autoridad
que el universo nunca comenzó
y nunca terminará,
pero que ha atravesado, atraviesa, y atravesará
infinitas fluctuaciones de intensidad.
Ese hombre bien podría concluir que el universo
mismo
es la carroza de la intensidad
y que uno puede abordarla
para viajar a través de cambios sin fin.
Concluirá todo ello y mucho más,
acaso sin nunca darse cuenta
de que está meramente confirmando
la sintaxis de su lengua madre.


Carlos Castaneda

(Prefacio de su último libro,
“El Lado Activo del Infinito”, 1998)


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  Leído lo anterior, que me parece muy interesante, y tiene mucho que ver con mi forma de ver las cosas, me permito hacer un breve comentario, por supuesto sin ninguna acritud. Castaneda, aunque a veces me ha liado un poco la cabeza, está en mi lista de amigos.Y digo lo siguiente:
  A un simple ser humano, con sus problemas cotidianos, sus limitaciones y sus particulares rarezas, ¿qué carajo le puede importar si el universo nació con el Big Bang y morirá en diez mil millones de años, o si por el contrario no tiene principio ni fin y todo son variedades de intensidad de un continuo infinito? A este simple ser humano lo que más le importa es el devenir de su propia y chata vida cotidiana. Sus días, sus  noches, sus breves horas, tensas o tranquilas, son el centro de su interés. En esto, por supuesto, es egoísta.        Pero es que no sabe ser de otra manera. Quien tiene alas, vuela, y quien sólo tiene pies, camina. Para el que vive en lo hondo del valle, entre flores e insectos, su mayor ocupación consiste en admirar a unas y evitar a otros, y también procurar no meter el pie en algún hoyo o no tropezar con alguna piedra oculta entre la hierba.
  También, por supuesto, están los gratos momentos en que uno mira a las lejanas montañas azules que bordean el horizonte, y se permite soñar con que algún día viajará hacia ellas. Y también algunas noches observará atentamente a la luna y las estrellas, y quizá entonces, ante la visión de esa grandeza y esa inmensa distancia, se le ocurrirá pensar sobre eso del origen del universo y su temporalidad o intemporalidad. Pero está claro que esto no forma parte de su cotidianidad. En su mundo inmediato, no hay montañas ni luna ni estrellas más que como un fondo lejano. Su mundo inmediato, como ya he dicho, consiste sólo en las pequeñas flores y en los diminutos insectos. Y esto ocupa la mayor parte de su dedicación y su tiempo.
Y esto lo apunto yo, que siempre he presumido de ser un soñador, a pesar de lo que tal cosa me ha acarreado en desdichas y sinsabores a lo largo de mi vida. Pero tenía que decirlo. Como también tengo que decir que entiendo muy bien las palabras de Castaneda. Mi existencia ha sido y es una prueba evidente de la lucha entre esas dos sintaxis contrapuestas. Siempre apostando por la segunda, por la otra, contra viento y marea. A esta otra sintaxis, yo la llamaba magia.
  Asimismo entiendo que no era necesario sacar el prefacio de Castaneda de su contexto para hacer este breve e inútil comentario personal. Pero mi forma de escribir funciona de esta manera. Como el fotógrafo viajero, que ve una imagen interesante y rápidamente la capta accionando el obturador de su cámara.
Es claro lo que Castaneda quiso decir. Y también es claro que yo lo leí, esta madrugada, en un mal momento. Sintiendo, con especial gravedad, la gran distancia que me separaba de sus palabras. Yo, también, confirmaba entonces, y lo hago ahora, la sintaxis de mi lengua madre.

  Para terminar, voy a incluir aquí una página de mi cuaderno nocturno, de la
lejana fecha de Mayo de 1997. Porque el tema que trata tiene mucho que ver con
esto de lo que hemos escrito ahora. :


  Vengo ahora de recrearme en una de esas cosas inútiles que tanto me gustan. Simplemente, he cogido los prismáticos y he estado mirando durante unos minutos por encima de los tejados, observando el alocado vuelo de los vencejos y el contraste de las hojas con el fondo del atardecer. Un mar de nubes encendidas, la brisa en los árboles y las evoluciones aparentemente alegres de esos pájaros, colocan a la mente en un estado singular. Por un momento, la realidad cotidiana desaparece, o baja su voz, y eso que hemos dado en llamar ensueño toma las riendas y se adueña del mundo. Dura muy poco, pero deja una bonita marca en nuestro cuaderno, un suave dibujo, algo como una mariposa, o una sonrisa.
  En un reciente libro de Luis Racionero, El genio del lugar, me encuentro con esta parábola sobre la libertad, sacada de una de las obras de Carlos Castaneda:
  “Don Juan y Castaneda, dos personajes clásicos de la antropología ficción, andaban por un barranco. Castaneda se detuvo para atarse el zapato y en aquel momento cayó una roca que pasó rozándole. Don Juan no se perdió el comentario: ’Otro día pararás a atarte el zapato y la piedra te caerá encima: en vista de la absoluta incapacidad de controlar las fuerzas que deciden el destino, la única libertad posible en el barranco consiste en atarse el zapato impecablemente.”
  A continuación cita a Samuel Johnson, el cual afirmaba que, efectivamente, somos libres, pero sólo en lo referente a nuestro centro individual. “En cuanto se intenta ampliar el radio de acción del albedrío la libertad se diluye, como la gravitación, con el cuadrado de la distancia. Como luz en la niebla oscurecida al alejarse del origen, la libertad entra en la penumbra del determinismo, lejos del centro individual…”
  Más adelante nos habla Racionero del principio de incertidumbre de Heinsenberg, que vino, si no a invalidar, sí a restar consistencia al determinismo de Laplace: “Lo que sí revela la física cuántica es que el universo no es una máquina, y que cuanto más se afinan los instrumentos de investigación más presenta las propiedades surrealistas y etéreas de la mente, en vez de confirmar la mecánica solidez de la materia tangible.”
  Esto me recuerda a Alan Watts y su crítica sobre los dos modelos de universo generalmente aceptados, que él llamaba, con su habitual jocosidad, “modelo cerámico” y “modelo superautomático”. El primero tiene un origen bíblico y consiste en pensar, en imaginar el mundo como algo fabricado, como si fuera un artefacto, al igual que la vasija de barro que hace el alfarero o la silla de madera que hace el carpintero. Según este modelo, el mundo es una construcción. Un árbol o un ser humano son construcciones, el resultado de una fuerza que opera de fuera hacia dentro. Con esto el determinismo tiene su papel asegurado.
  Pero apuntaba Watts que el mundo, por el contrario, es algo que crece de dentro hacia fuera, algo que se expande, que brota, que florece: “La forma simple original de una célula viva en la matriz, se complica progresivamente, y en esto consiste el proceso de crecimiento, algo diametralmente opuesto al proceso de fabricación.” Y nos recordaba, finalmente, que “la física actual más avanzada no se representa el mundo como materia formada, barro convertido en recipiente, sino como un diseño. Un diseño semoviente, que se dibuja a si mismo: una danza.”
  Y en cuanto al segundo modelo, contaba Watts que surgió en el siglo XVIII, cuando los intelectuales occidentales empezaron a dudar de la existencia de un arquitecto del universo. Opinaron que semejante imagen era innecesaria, pero conservaron la hipótesis de que existía una “Ley” reguladora del universo. Para estos pensadores la realidad funcionaba como un gran mecanismo, el mundo era un ingente reloj que obedecía a leyes concretas y principios regulares. Para Newton los átomos eran bolas de billar que chocan unas contra otras. Y el término favorito de los científicos del siglo XIX era “energía ciega”. Así para T. H. Huxley, “el mundo no es básicamente sino energía, una fuerza ciega carente de inteligencia”. Y para Freud, “la energía psicológica básica es la libido, que es deseo ciego”. De manera que sólo somos un producto del azar. Así lo expresaba Watts:
  “Sólo por carambola, por pura suerte, como resultado de la exuberancia de esta energía, existe gente con valores, con razón, con idiomas, con culturas y con amor. Pura carambola. Como si mil monos, tecleando en mil máquinas de escribir, durante un millón de años, llegaran a escribir la Enciclopedia Británica. Naturalmente, en cuanto acaben de escribir la Enciclopedia Británica volverán a sumirse en una total incoherencia.”
  Para Watts estos dos modelos no son sino “mitos”, es decir, imágenes o metáforas con las que intentamos dar un sentido al mundo. Pero imágenes que han demostrado ser inadecuadas. Personalmente, no veo mucha diferencia entre ambos: los dos me parecen igualmente cerrados y deterministas.
El modelo cerámico nos presenta como seres que han sido “fabricados” por una fuerza exterior, según un plano o diseño predeterminado, y en ese sentido como seres acabados, inmutables, cuya existencia ya ha sido trazada. Y el modelo superautomático nos coloca frente a una “energía ciega”, que viene a ser algo así como un dios despersonalizado, una fuerza que nos empuja como si fuéramos bolas de billar en una partida azarosa e inexplicable, sin que haya un sentido, al menos aparente, en su movimiento. Este modelo, más racional o, mejor dicho, más racionalista, nos convierte, como apuntaba Watts, en extranjeros en nuestro propio mundo, y como tales en luchadores y conquistadores que se ven obligados a combatir para salvaguardar sus mínimas islas de coherencia en un medio caótico y hostil.
  A mi modo de ver, ambos adolecen de lo mismo. Los dos niegan la vida. Representan conceptos deterministas y, por ende, catastrofistas del mundo, conceptos que cierran la puerta a una acción auténtica, vital. El modelo cerámico nos hace esclavos de un movimiento perpetuamente programado, y el otro nos convierte en víctimas del azar y la necesidad. Seguramente, ambos tienen parte de razón, pero se quedan muy lejos de captar la realidad. Son mitologías esquizoides generadoras de un mundo disociado, de una forma de vivir dividida y en constante conflicto.
  Luis Racionero, en el libro citado, lo resume de esta manera: “La realidad es enormemente más sutil y sorprendente de lo que pensaron Aristóteles y los escolásticos. No conocemos aún los límites del albedrío del electrón, menos aún los del ser humano y, por el momento, la única libertad posible en este barranco consiste en atarse el zapato impecablemente.”
Aparte de esto, me doy cuenta de que don Juan alude también a un modelo fijo y determinista, cuando habla de “las fuerzas que deciden el destino”. Y eso me obliga a subrayar algo que quizá no está expresado con la suficiente claridad en esta página. A pesar de mi crítica negativa con respecto a los modelos señalados por Watts, no soy tan tonto como para creer en una libertad ilimitada. Me parece innecesario, por su obviedad, reconocer aquí la existencia de fuerzas que escapan a nuestro poder. Es evidente, por ejemplo, que nuestro cuerpo no tiene alas y, por lo tanto, no puede volar ---a no ser con la ayuda de artefactos mecánicos. Y es seguro que cuando tenemos sed, mucha sed, resulta ineludible el beber agua. Eso o morir por deshidratación. Con el destino puede que ocurra lo mismo. Al fin y al cabo, también nosotros somos como diminutos insectos.
  No me refería a libertades imposibles, sino a la posibilidad de sentirnos como acciones y no como hechos. Como movimientos y no como cosas que se mueven. No somos seres pensantes que viven como pueden en un universo ciego y azaroso. Y tampoco los objetos animados de un creador omnipotente. No habitamos en el universo, ni él habita en nosotros. Somos el universo.
  Ni teismo, ni ateismo. Y tampoco el panteismo, tan grato al corazón, nos dice la verdad. También él nos habla de un padre, amable o cruel, que construye y ordena nuestra vida. Nada de esto es real. Lo único real es esto otro que ahora mismo pasa. Esto a lo que me gusta llamar “el vuelo del dragón”. Y lo valioso es ser conscientes de esta presencia única y total.
  Quizá el lenguaje no puede expresar bien todo esto, o quizá el lenguaje se me escapa porque no soy impecable. En cualquier caso, seguro que esta noche el dragón ha esbozado una leve sonrisa, allá en su lejana cueva, que está también aquí.

  Bien, pues esto es lo que escribí hace nueve o cien años. No recuerdo. Y lo he copiado para ilustrar mi comentario de antes a las palabras de Carlos Castaneda. Para que no se diga que yo, el amigo Antonio, el caminante, el soñador, se deja llevar por un mal momento y confunde las luces con las sombras…


Antonio H Martín
(Mayo, 2006)

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imagen: A Path to Orion

2 comentarios:

  1. Es larga pero muy muy buena. Tu verás... aqui se prevé comentario kilométrico de la amiga Cristal...jajajaja!
    Abrazos.

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  2. Amiga Crystal:

    Han pasado más de tres años, y aún sigo esperando ese "comentario kilométrico"... ¿A qué esperas? Menos mal que soy muy paciente, jeje.

    Un abrazo.

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